Una de las críticas más recurrentes dirigidas a la pintura no figurativa del Novecientos – La Vanguardia, como ya es sabido, ha sido también figuración, y no por cierto irrelevante – es la de no haber fundado lenguajes de larguísima difusión en la exterminada masa de pintores que productivamente constituye la gran base de la pirámide del arte. Es una crítica no inmotivada, también porque la pretensión de alcanzar el resultado opuesto ha existido.
Si hoy en día, la mayor parte de los artistas “de base” continúa a ser figurativa, alguna cosa ha fallado, y seguramente no es imputable a quien de ciertas novedades hubiera debido ser el primer beneficiario.
Pero existen también artistas que los no figurativos del Novecientos hubiesen auspiciado. Claudio Rossetti es uno de éstos. Utiliza el abstractismo informal con la naturaleza con la cual otros pintan “naturaleza muerta” o “marinas aisladas”, casi como si fuese un lenguaje aprendido y practicado desde los tiempos de los pupitres de la escuela.
No nos debería sorprender: pensandolo bien, es más natural un modo de expresarse como el suyo, privado de una referencia precisa al de fuera de la pura creatividad, de uno que se proponga refigurar el mundo en toda su complejidad.
Rossetti conoce bien los niños, con los que ha realizado recorridos didácticos de extremo interés, dirigidos también a la recuperación de los más problemáticos. Es decir, cuando éramos niños, cuando hemos empezado a hacer nuestros primeros garabatos, todos hemos sido abstractistas informales. Después alguien nos ha dicho que se debía hacer de una cierta manera, y entonces nosotros hemos empezado a representar la apariencia del mundo.
En cambio, en la historia del arte el camino parece invertido: antes, cuando deseábamos vivir según la naturaleza, el hombre ha intentado reproducirla como mimesis, imitación; después cuando la cultura ha tomado el barlovento, determinando en el arte un fuerte proceso de intelectualización, el hombre ha probado a olvidar la mimesis, llegada mientras tanto, con el descubrimiento de la prospectiva científica, a niveles de extrema sofisticación para recuperar expresivamente la virginidad infantil, llegando al punto de hacer declarar al maestro más conocido y representativo del Novecientos, Picasso, que su máximo objetivo era el de conseguir pintar como un niño.
Y es por esto que nos hemos acostumbrado a considerar una pintura “niñeada” como la de Rossetti fruto de una adquisición intelectual, al contrario de quien pinta fruta o marinas más o menos como se hacía antes de Picasso.
Pero Rossetti se aclara las ideas una vez por todas: sí en él hay intelectualismo, ha sido reducido al conocimiento del intelectualismo ajeno, precisamente el abstractismo formal desarrollado en el siglo pasado, del que se ha hecho propio técnicas y métodos, desde el tachismo a toques regulares a la virulencia material del expresionismo abstracto, en la sacra combinación entre gesto y señal, desde el gusto por el pattern, la composición organizada según un esquema regular, a aquel por la texturas, el bosquejo obtenido a través de la repetición de un mismo modulo.
A toda esta gramática. Aplicada con diligencia Kandiskijana en sostener la analogía lirica entre pintura e partitura musical, pero también con el placer de tomarse, de vez en cuando, licencias inesperadas a la regla, Claudio Rossetti añade un contenido de particular espesor, no conectado descontadamente al abstractismo informal, retenido a menudo laico, si no agnóstico: la religión.
Cada obra de Rossetti es un cantico bíblico, una alabanza franciscana en la que la hermana luz y el hermano color concurren para mejor coronar la mayor gloria de Dios. He aquí otro descubrimiento de Rossetti, el abstractismo como representación de lo irrepresentable, emanación directa del espíritu en su anhelo al absoluto divino. Si lo hubiesen entendido así también los curas, las iglesias modernas estarían llenas de informales, en vez que de tanta mediocre figuración. Favoreciendo en manera decisiva su afirmación como lenguaje artístico de los mejores, no de pocos.
Claudio Rossetti traduce en pintura lo que es la realidad que lo circunda, el ambiente en que vive, la personas que encuentra, las sensaciones que prueba, las emociones que desde el profundo de sí mismo salen a flote transformándose en seños y colores. Un vértice de energía, una explosión de vitalidad, un movimiento continuo de pensamientos e ideas que toman vida en las pinceladas insistentes e nerviosas, en una miríada de matices cual expresión de riqueza mental y espiritual. Autodidacta de formación, Claudio Rossetti se ha dejado encantar por varias expresiones creativas, escenografía, poesía, dibujo y pintura, formas artísticas diversas per acomunadas por un aspecto que es el del conocimiento de comunicar, a través del arte, un valor, un ideal: el amor por la naturaleza y la belleza del creado. Elige el abstractismo informal en el que combina gesto, seño y color para alcanzar la percepción de las cosas. Observando y meditando sobre lo que observa el artista se enajena del resto del mundo, y se inmerge en la propia dimensión, hecha de señales y colores. El gesto libera las propias tensiones; el acto creativo no está proyectado, es espontáneo, es impulsivo, no es controlable. El trazo es veloz y dinámico, una especie de escritura automática hecha de pinceladas nerviosas que llenan cada uno de los espacios de la superficie, creando espesores y movimiento. El color, caliente y vivaz, se ha dejado caer sobre la tela, atribuyendo a la casualidad y a la libre imaginación la oportunidad de transformarse en figura. Agradable y positiva la sensación que comunica. Claudio Rossetti investiga en su propio YO con naturaleza e desenvoltura, garabateando casi la tela como un niño ingenuo y sincero que no necesita agarrarse a la necesidad de tener que representar la apariencia de las cosas. Imagines abstractas por tanto, pero que describen la realidad. Una realidad verdadera y vivida, que se manifiesta en la materia no en la forma. Una realidad que refigura ideas y pensamientos recogidos y custodiados durante sus numerosos viajes, las largas y lejanas tournée, los tantos encuentros; pensamientos que de otra forma hubiesen quedados escondidos y que en cambio se transforman en imagines llenas de vivacidad cromática, de energía expresiva, de Fe y espiritualidad. El color, tirado sobre la tela, encuentra fuerza en su espesor y combinado a la traza se transforma en palabra, expresión poética par a la escrita que acompaña la imagen y transformándose en título, determina el tema de la obra.
Caludio Rossetti consigue hacer entrar al observador en el cuadro, arrollarlo en ese fascinante mundo de ideas, de conceptos, de expresividad subjetiva, personal e intima. Es como si el artista se transformase en una especie de guía espiritual para la comprensión de la obra, en grado de transmitir sus propios pensamientos, su propia interior ganas de evasión de la realidad, y aceptando la interpretación.
Roberta Filippi
La referencia Evangélica, citada en el título de esta refinada búsqueda visiva, nos induce a entender que la revelación de un contenido tan espiritual podía llegar solo gracias al lenguaje informal de ámbito expresionista. Se le comprende por sus obras llenas incisivamente de una representación abstracta, en una bicromía sinfonía atonal de alta calidad estética.
Las obras de Claudio Rossetti encuentran inspiración en una sobrenatural experiencia, en un arrojo hacia el divino que lleva a la concretización empírica de la Verdad Bíblica. Es el encuentro con un Dios infinitamente grande que vela sobre los hombres para salvarlos, en un vértice de colores que con la fuerza calientan el ánimo de quien observa. Colores encendidos que reflejan la fuerte emoción del encuentro con el Padre Celestial, un Señor amoroso que inunda la vida de cada uno hasta romper las barreras, hasta hacer difusos los confines terrenos. En las obras de Rossetti no se advierten netas líneas de demarcación que separan los contingentes imperscrutables, todo se amalgama en matices que atenúan el contrasto que unen la tierra y el cielo en un amoroso abrazo entre el humano y el divino. Es evidente en esta fascinante producción artística, el anhelo del hombre en una dimensión más alta, hasta el descubrimiento de la esencia de la vida… hasta realizar el amor que desde el alto se ha donado a cada criatura. El artista además ha querido enfatizar la pequeñez del hombre de frente a la majestad divina, esto se pude admirar en algunas pinturas que refiguran infinitas – galaxias que renden el ser humano imperceptible pero siempre sujeto a la potente mirada de Dios, un Señor atento a las necesidades y a los deseos de cada uno de nosotros, un Padre “que puede hacer infinitamente más de lo que preguntamos o pensamos”. En toda la producción artística se advierten colores fuertes y nítidos, matices que envuelven juntos mundos diversos en una vivaz descripción de los elementos esenciales del cosmos, en una narración que habla de la experiencia divina en la vida del hombre y de la salvación de los pecados gracias al sacrificio de Cristo, de Aquel que desde el alto vela sobre cada creatura.
Elisa Lo Giudice
La obra artística del pintor está comprendida por obras figurativas y pinturas realizadas con cruces de colores de amplia luminosidad, que reproducen paisajes y ambientes naturales, encarnados en vastos horizontes, en el ámbito precipuo de narraciones de las maravillas insondables del universo, fruto de la creación del Eterno. El resultado de cada obra artística se resuelve en la representación de realidades naturales fascinantes, que se intersecan como parte de un todo (se piense a las extensiones marinas iluminadas por rayos solares, a las espaciosas campiñas dominadas por cielos abiertos ilimitados), capaces de despertar una admiración y una contemplación de una realidad universal, mucho más grande, espejo y riqueza de la originalidad de la creación, por la Obra de Dios que da vida a todas las cosas. Otras obras artísticas remiten a un preciso mensaje del Evangelio, con la intención de dar relevancia a la problemática de la condición humana, desancorada de la vida interior cristiana, en contextos urbanos y colectivos donde los individuos son astrictos de las necesidades y carencias cotidianas que sofocan el camino en “novedad de vida” ofrecido por Jesucristo, Autor de la vida.
Roberto D’Amato